José Manuel Otero
José Manuel Otero

No se me ocurre mejor forma de recordar a José Manuel Otero que aplicando las lecciones que me dio. Fue un gran profesional, periodista honesto, amante de la verdad y la transparencia.

Hombre de fe, demostraba el mismo amor por su profesión que por su familia. Se desvivía por su mujer y quería lo mejor par su hijo Alberto. “Vicky, a ver si un dia me traes un autógrafo de Eto’o para mi niño”. Hoy me entero que ese niño que no sabía encender el horno para cocinar pizzas está estudiando para ser digno sucesor de su padre. Estando en mesa comprobé cómo muchos becarios se acercaban respetuosos a entregar sus páginas y nunca entendí ese temor; porque su rictus serio escondía comprensión, dulzura y un sentido del deber y del compromiso como nunca he conocido. Siempre defendió que la vieja escuela tenia que aprender de la savia nueva y viceversa. “Aquí estamos para equivocarnos”, decía a los becarios que cada tres meses pasaban por la redacción.

Recuerdo con cariño las pequeñas trampas en los horarios para trabajar juntos los fines de semana y poder escuchar de fondo los partidos de nuestro Madrid. Fueron seis años trabajando codo con codo, tiempo insuficiente para aprender todo lo que José Manuel Otero era capaz de dar. Me animó a forjar mi profesión echándome a la calle, que es donde realmente se curten los buenos periodistas y a pesar de ser una recién llegada, me otorgó tal confianza que hizo que sintiera el periódico de las tres letras como algo mío.
Nunca seré capaz de agradecer suficientemente su lucha, la defensa personal de mi trabajo, sus conversaciones, sus consejos, sus llamadas cuando compartíamos turno de noche por si había llegado bien a casa, ni sus lágrimas cuando nos despedimos.

Y mientras termino estas líneas lo imagino mirando de reojo a que la caja esté verde, bolígrafo rojo en mano presto a poner almohadillas, comas, puntos y diciendo: “Buen trabajo, Vicky. Ya puedes irte a descansar”. No, Otero. Hoy el que descansas eres tú allá arriba en el Cielo.